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Nombre: Julio Carreras
Ubicación: Santiago del Estero, Santiago del Estero, Argentina

sábado, febrero 12, 2005

Jericó *

...no busquéis a Betel, no vayáis a Guilgal, no os dirijáis a Berseba; que Guilgal irá cautiva y Betel se volverá Betavén.- Amós, 5:5

Codorlahomer, rey de Petra, desmontó y besó la tierra. Diez mil soldados relucientes le seguían. Tras ellos, un pueblo innumerable, compuesto en su mayoría por desarrapados. Codorlahomer observó el lugar donde sus abuelos le contaran se levantaba Jericó. Un desierto ocre, inanimado, bordeado por bajas colinas.
Seguido por sus mariscales, se retiró a orar en Galloti, el mismo sitio que Josué pisara descalzo. Después, visitó el monolito de Acán. El rey de Petra tenía una obsesión: reconstruir la ciudad-fortaleza de Jericó. Y había logrado despertar en su pobre pueblo la pasión que lo desvelaba.
Finalmente abandonaron Petra, ciudad de soldados y mendigos, en busca de la tierra prometida.
Una sola persona se había opuesto con tenacidad al proyecto: Sirah, preferida de Codorlahomer y madre de sus dos hijos. Ellos mismos -ambos oficiales del ejército- hicieron ingentes argumentaciones para convencer a su madre. No hubo caso.
La construcción de los cimientos dio trabajo a todos, y consiguió la confraternidad de pobres y ricos. Allí ocurrió la primera desgracia.
Nadie sabe de qué manera el cargamento de piedras que traía un carro se desmoronó, sepultando a un joven trabajador de las zanjas. Cuando lograron desenterrarlo, un soplo de pavor excitó al pueblo. Quien había muerto era el hijo mayor del rey.
Codorlahomer, atravesado por la espada del dolor, peregrinó nuevamente a la tumba de Acán. Allí interrogó a Dios sobre cuál pecado había cometido.
Pero las piedras permanecieron mudas; el Señor no se dignó a dar respuesta.
Pese a los ruegos y plañidos de Sirah, la madre del infortunado, la construcción siguió. La hermosa mujer madianita decidió entonces no peinar más sus cabellos, y se paseó cubierta sólo de harapos, en señal de protesta. Codorlahomer no le hizo caso, y duplicó las raciones de trigo para los obreros que se destacaran.
Tras dos años de dura tarea, el milagro se materializó. Donde antes fuera desierto, se levantaba imponente una roja y reluciente muralla.
Precisamente allí fue donde ocurrió la segunda desgracia.
Fue al trasladar las inmensas puertas de hierro que sellarían la ciudad.
Inexplicablemente, una de ellas se desplomó luego de colocarla. Alguno se consoló apresuradamente, pues aunque era alta y voluminosa había aplastado solamente a un hombre. Mas esa ligereza se transformó en ayes, cuando se comprobó que el muerto era Benjamín, el último hijo del rey.
El desconsuelo de Codorlahomer le agregó muchas arrugas a su frente. Había perdido a toda su descendencia en la construcción de la ciudad. Y Sirah,
la única mujer que alguna vez le satisficiera, vagaba, convertida en mendiga, conviviendo con las alimañas. A pesar de todo ello, él había cumplido su objetivo: Jericó existía, de nuevo. Un oscuro rincón de su alma había quedado en paz.
Ordenó que se realizara una semana de festejos. Al final de ellos, dejó inaugurada oficialmente la ciudad, de la cual se proclamó Padre Supremo, Sacerdote y Rey.
Fue entonces que Sirah regresó. Como en los mejores tiempos, dio su cuerpo a las esclavas para que lo hermosearan. Había sido desposada a los trece años por Codorlahomer; ahora, a los treintaiuno, alcanzaba la plenitud de su belleza. El exquisito perfume de la mirra la precedió en el aposento real.
El Dueño de Jericó la recibió alborozado, y ordenó a los guardias que hasta su llamado, nadie los molestara. Cuando Sirah se quitó las livianas vestiduras, el deslumbramiento del rey le impidió ver un raro objeto que la mujer, con disimulo, depositó junto a la cabecera del lecho.
El vino de Sidón, las pasas de Sefela, hicieron su efecto, y el rey, luego del incomparable apareamiento, quedó hondamente dormido. Entonces la madianita cumplió su comisión.
Lo hallaron dos días después, cuando se atrevieron a entrar. Una procesión de moscas recorría su rostro ya hinchado y de su pecho, a la altura exacta del corazón, se elevaba atroz el mango labrado del puñal.

Codorlahomer era hijo de Surisaday; Surisaday era hijo de Quenaz; Quenaz era hijo de Ohlibamá; Ohlibamá era hijo de Us, el que fuera pastor de ovejas en los Llanos de Moab. Codorlahomer era tataranieto de Rajab, la prostituta.

Fernández, 25 de julio de 1988.

* Josué, 6, 26